Cine y Moda: Un romance en la era del Jazz

En la edición número 18 de Mallpocket, "Cinefilia", encontrarán mi más reciente artículo sobre moda y cine, a propósito de la tendencia 1920s y The Great Gatsby.




Hace dos semanas me escapé sola a cine a ver la anticipada adaptación de El Gran Gatsby de Baz Luhrmann. El 95% de mi motivación fue el vestuario: campeón en posicionamiento de productos e inspiración de tendencias. No fui a ver a Gatsby esperando asomos de la esencia de F. Scott 
Fitzgerald, como tal vez esperaron muchos. Yo no quería encontrarme con los locos años 20s, quería encontrarme con esa exuberante imaginación de Luhrmann, soñando aquella era mítica de excesos y libertad. La fidelidad al libro adaptado o a la misma historia es un capricho difícil de dejar en casa cuando vamos a cine. Por qué habría Luhrmann de ver la trágica historia de J. Gatsby con los ojos de Fitzgerald? No hay razón, especialmente si la mirada de Luhrmann resulta más lucrativa.

La historia de Cantando bajo la lluvia (1952) se desarrolla a finales de los años 20, en la misma época que da vida al Gatsby adaptado por Luhrmann y ambas películas se destacan por su evidente subjetividad frente al vestuario de época. Los años 20 de Cantando bajo la lluvia proponen una visión de actrices del cine mudo, estilizadas en maquillaje, cuerpos y siluetas con un necesario respeto por el canon estético de 1950. Todo el vestuario de este clásico del cine está diseñado además para que en cualquier momento los actores rompan la escena con un baile, así que los materiales son elásticos, los cortes cómodos y los trajes livianos. Todo esto es completamente ajeno a lo que usaría la Daisy Buchanan de Catherine Martin –diseñadora de vestuario de El Gran Gatsby y esposa de Baz Luhrmann-, vestida de Prada y cubierta de diamantes.

El Cine acomoda la Historia a su conveniencia y nosotros con cada película asumimos un nuevo pacto de ficción: no esperaré que los años 20 en los que Gene Kelly, suspirando por Debbie Reynolds, canta bajo la lluvia sean los mismos en los que Jay Gatsby mira desde las ventanas de su soledad hacia un faro de luz verde al otro lado del agua.

A principios del 2012, revistas y portales de moda reportaron emocionados la participación de la firma Brooks Brothers en la producción de la cinta de Luhrmann. Esta marca norteamericana existe desde 1818 y llegó a vestir al mismo Fitzgerald en su juventud, por lo que la vinculación fue bastante natural. La firma ofreció sus archivos históricos para la recreación del vestuario de época y confeccionaron más de 500 trajes masculinos para Leonardo DiCaprio, Tobey Maguire e incluso los extras del filme. La colaboración reportó un amplio beneficio en publicidad para Brooks Brothers, quienes además comercializaron estas mismas prendas en su Great Gatsby Collection.

La conocida marca Tiffany & Co., vinculada eternamente a la historia del cine por el desayuno con diamantes de Audrey Hepburn en los 60s, realizó el diseño de joyería para Gatsby. Se crearon 20 piezas en perlas y diamantes que también se pusieron en venta en la temporada de lanzamiento de la cinta, así que cuando ves El Gran Gatsby ves un gran catálogo de moda, donde todo lo que te gusta lo puedes comprar.

La verdad es que el cine enamora, enoja, conmueve y frustra. Es imposible negarnos a la experiencia estética que enfrentamos al mirar la pantalla grande y en estas condiciones tan sensibles, un sombrero, un vestido o un reloj pueden quedarse en nuestras mentes sin saberlo, como símbolos de esas emociones. Esta influencia del cine en la moda no es nueva. Actores como Humphrey Bogart y Fred Astaire hicieron lo suyo para afectar las líneas del estilo masculino, de la misma forma en que Marilyn Monroe llevó a las mujeres de los años 50 a pintarse lunares en la mejilla y volverse rubias porque así las preferían los caballeros.

En lo que va del año ha sido imposible abrir una revista de moda sin encontrar la carita de porcelana de Carey Mulligan, alabada por su protagonismo en Gatsby. Las revistas además ofrecen “10 prendas para verte como una auténtica Flapper”, “Imita el estilo de Daisy Buchanan” o “Consigue el look Gatsby sin gastar una fortuna”, mientras algunas marcas de ropa y accesorios han aprovechado este furor para ofrecer productos con un aire de aquella década salvaje.

Lo que sucede es que entre Baz Luhrmann y Catherine Martin lograron construir un puente entre nuestro tiempo y la era del Jazz, ambientando en Art Deco, Charleston y Hip Hop este relato de opulencia, decadencia y frivolidad. Nos ofrecen un momento de empatía con los personajes. Sus fiestas, sus amores, sus pecados y sus vicios se parecen a los nuestros y hasta sus trajes mantienen cierta vigencia estética, casi 90 años más tarde.

Si ha sido Luhrmann capaz de encaprichar a la moda con los años 20, me pregunto con cierta emoción qué nueva tendencia encontraré al abrir las revistas y qué genio cinematográfico la habrá puesto allí.

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