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La última controversia en Twitter se debe a los códigos de vestuario laborales. Una entidad pública de Bogotá solicitó a sus empleados que "en la medida de las posibilidades de cada persona", lucieran un atuendo formal, ofreciendo la alternativa de ir de jeans los viernes, pero de "manera elegante".
Después de un interesante debate con otros tuiteros, me hicieron la sugerencia de que hablara aquí sobre el asunto. Haré lo posible por aclarar un poco el tema:
¿Qué son los códigos de vestuario?
Son normas para determinar lo que usamos al vestir, sean pautas escritas o reglas implícitas en un contexto. Como nuestra forma de hablar o interactuar con otros, el vestuario tiene un valor comunicativo que afecta la vida social. Estos códigos delimitan cómo nos expresamos con la ropa.
En escenarios laborales es muy común encontrar protocolos de vestuario. El ejemplo más claro son las profesiones donde se manipulan químicos, maquinaria o se ejercen trabajos pesados, que requieren trajes y accesorios especiales para garantizar la seguridad.
¿Pero por qué crear normas de vestuario para trabajos que podrían hacerse con cualquier pinta?
Se considera que el empleado es imagen de la empresa. El código de vestuario e incluso el manual de comportamiento buscan que ese empleado sea espejo de los valores laborales, en especial si ese empleado da la cara a clientes, proveedores, socios, accionistas, etc. Ya que el vestuario expresa lo que somos, características como la pulcritud, elegancia, orden, limpieza o recato pueden ser interpretadas como un reflejo del espíritu de la empresa.
Por arcaico que nos parezca, una gran mayoría de instituciones privadas y públicas consideran esencial esa proyección de sus valores en la apariencia. Desde las entidades bancarias y firmas de abogados que dependen de la solemnidad del traje para enfatizar su carácter experto en temas de suma seriedad hasta las agencias de publicidad en las que vestir de tenis (ojalá Adidas) y de forma llamativa se interpretan como principal indicio de que alguien es "creativo". Incluso en el mundo de la moda, muchos todavía creen que la única forma de delatar al experto es por su forma de vestir.
Estas reglas son cada vez más cuestionadas. El teletrabajo, las startups y los nuevos formatos de empresas pequeñas han disminuido la necesidad del vestuario laboral formal. Las nuevas generaciones no sienten la lealtad ciega hacia el empleador que en algún momento marcó la actitud de los Baby Boomers. La mentalidad millennial le da prioridad a los valores individuales sobre los institucionales, una razón por la que se cuestiona ese deseo de convertir al empleado en una vitrina de su empresa.
Por qué somos subdesarrollados? Xq empleado piensa que la empresa le debe a él su bienestar, y no que él le debe a la empresa su bienestar.— Alberto Bernal (@AlbertoBernalLe) February 3, 2015
El Tweet de arriba como ejemplo de la forma en la que Colombia concibe todavía la idea de la empresa (grave).
Como consumidores, los colombianos tenemos una postura muy conservadora al necesitar que un servidor público, un cajero de banco o un mesero en el restaurante "elegante" tengan cierta apariencia pulida. Los tatuajes, el pelo desaliñado o la vestimenta "de mal gusto" todavía espantan clientes. Hasta los médicos que se salgan del canon estético son considerados menos diestros.
Además de la proyección hacia el cliente, estos códigos de vestuario también buscan atenuar diferencias socioeconómicas entre compañeros de trabajo. Muchas empresas incluso prefieren los uniformes para facilitarle a los empleados la tarea de "verse bien" y garantizan dotaciones o bonos para hacer menos complicado este proceso.
Adicionalmente, estos protocolos intervienen en temas de pelo, uñas, maquillaje o afeitado por la idea (equivocada, para mí) de que son señal de higiene. La buena presentación es considerada una muestra de respeto con los demás y garantizar ese respeto es una forma de mantener la eficiencia laboral y un ambiente agradable.
Si les parece indignante que una empresa o entidad pública intente controlar así la libertad individual, continúo con esta pregunta:
"Pues porque no se puede salir sin ropa. Porque NO SE PUEDE".
Como consumidores, los colombianos tenemos una postura muy conservadora al necesitar que un servidor público, un cajero de banco o un mesero en el restaurante "elegante" tengan cierta apariencia pulida. Los tatuajes, el pelo desaliñado o la vestimenta "de mal gusto" todavía espantan clientes. Hasta los médicos que se salgan del canon estético son considerados menos diestros.
Además de la proyección hacia el cliente, estos códigos de vestuario también buscan atenuar diferencias socioeconómicas entre compañeros de trabajo. Muchas empresas incluso prefieren los uniformes para facilitarle a los empleados la tarea de "verse bien" y garantizan dotaciones o bonos para hacer menos complicado este proceso.
Adicionalmente, estos protocolos intervienen en temas de pelo, uñas, maquillaje o afeitado por la idea (equivocada, para mí) de que son señal de higiene. La buena presentación es considerada una muestra de respeto con los demás y garantizar ese respeto es una forma de mantener la eficiencia laboral y un ambiente agradable.
Hay quienes ven en los códigos de vestuario profesional una oportunidad para proyectarse e impresionar clientes y superiores. En esta guía de Business Insider, una consultora de imagen plantea que vestir según el cargo o un nivel mayor es recomendable para sobresalir en la oficina. "Mientras más gestión tengas sobre el dinero de un cliente, más tradicional y conservador debes verte" plantea la consultora.
¿Qué evita que ustedes salgan desnudos a la calle?
"Pues porque no se puede salir sin ropa. Porque NO SE PUEDE".
Los códigos de vestuario no son solo laborales y no son solo escritos. Hacen parte de los grupos sociales humanos desde que descubrimos el valor simbólico del adorno. "La primera acción artística que el hombre ejecutó fue adornar, y ante todo, adornar su propio cuerpo", decía Ortega y Gasset.
Con esos adornos marcamos a la gente según su jerarquía. El emperador, el faraón, el esclavo, el
soldado, la viuda, la doncella, la prostituta, todos con su propia indumentaria, manteniendo el delicado orden social.
La religión, la política, la economía, hasta el fútbol, han intervenido en esas decisiones de vestuario y de cuerpo: mostrar mucha piel es de putas, llevar hijab o barba es de terroristas, usar ropa chiviada es de pobres, apoyar tal equipo es de perdedores, etc.
La religión, la política, la economía, hasta el fútbol, han intervenido en esas decisiones de vestuario y de cuerpo: mostrar mucha piel es de putas, llevar hijab o barba es de terroristas, usar ropa chiviada es de pobres, apoyar tal equipo es de perdedores, etc.
Como nota muy personal agrego: Ojo con estas trampas prejuiciosas. Sepan que a esas instituciones religiosas, políticas (y deportivas) les conviene despertar esa intolerancia por algo tan bobo como la ropa. De esos prejuicios se alimenta el fanatismo.
¿Por qué no hacemos lo que se nos dé la gana?
A
diario, sin saberlo, aceptamos diferentes códigos de vestuario
implícitos sin sobreactuarnos. Nos vestimos formales para la entrevista
de trabajo, llevamos la camisa planchada a la oficina, nos maquillamos y
afeitamos bien para salir el viernes por la noche. "Ah, pero es que uno
siempre quiere verse bien, dar buena impresión y agradar a los otros". Pues para eso se
respeta la norma social, para agradar, para encajar, para integrarse al
grupo, para demostrar que se es "uno más".
El adolescente que desafía a sus padres con un piercing, con un corte de
pelo irreverente, con siluetas obscenas, con cadenas y taches, está
buscando incomodarlos. Abandonar la apariencia que esperan de él es
desagradable.
Quería usar una foto de Stock bien caspa y me siento muy satisfecha con esta joya. |
No salimos desnudos a la calle, sin necesidad de analizar que se trata de la ruptura de un pacto social. Igual que no vamos en bikini a un funeral sin estar dándole vueltas a la idea de que se trataría de una trasgresión y un irrespeto al rito.
A veces nos las damos de rebeldes y salimos a la tienda el domingo en pantuflas o nos ponemos esa falda un poco màs corta de lo que acostumbramos usar o no nos afeitamos o decidimos que no nos importa repetir el mismo pantalón del día anterior porque realmente no está tan sucio.
Les confieso que a mí me gustan esos pequeños desafíos a la norma. Hoy, por ejemplo, temblará el orden social porque me voy a quedar en pijama.***
Entradas relacionadas:
Los códigos de vestuario también suelen decirnos qué usar si uno es hombre o mujer. Las primeras mujeres que usaron pantalones desafiaron esas normas tan obsoletas. Aquí la historia.
El tema de proyectar a través del vestuario y aprovechar sus protocolos también se toca en artículo sobre moda y política, aquí.
Me encanta el artículo y comparto la idea que no es un debate que se limita a los códigos de vestimenta de las empresas. Todo el día, cada decisión que tomamos respecto a la imagen, está sujeta a un marco de subjetividades que nos pueden de muchas formas. No salimos a la calle desnudos, y como hay que vestirse, hay que elegir y cada elección es tomada por un motivo y de él, se espera una consecuencia. Además, vivimos en el flujo de significados así que comunicar con la moda es un factor clave para llegar a dónde cada uno quiere estar. Felicitaciones por el blog :D
ResponderEliminarYamid, muchas gracias por leer y por tu comentario. Lo que nos ponemos hace parte de lo que queremos proyectar a otros, sin duda!
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