¿Es la moda un arte?


A mediados del siglo XIX, Charles Frederick Worth habría de transformar el mundo de la moda al definirse a sí mismo como un artista del vestido. El modisto fue el primero en incluir marquillas firmadas en todos sus trajes, como hacían los grandes maestros en las piezas de Arte. Este hombre, que solía presentarse ante sus clientes de boina y delantal –a la manera de un pintor–, sería considerado el padre de la Alta Costura, diseñando lujosos vestidos a su gusto, superando así la modistería por encargo que se acostumbraba en esa época. Su proclamación como artista del vestuario configuró el nuevo sistema bajo el cual las casas de moda todavía se rigen, dejando al público a merced de la musa de los gloriosos modistos.




 Dinner Dress, Charles Worth - 1890. Colección del MET

Las deudas de la moda actual con el Arte no terminan por cobijar a la primera dentro de las definiciones de la segunda. La moda como un sistema joven es más simple en su definición, tal vez una ingenua, precisamente por lo tempranos que son todavía los juicios sobre su efecto social. En cuanto al Arte, su significado ha correspondido a la necesidad que ha llenado en cada momento de la historia y podría decirse que en el último siglo ha tenido un viaje turbulento por las rutas de la transgresión y las vanguardias.

Botones, Elsa Schiaparelli, 1938. 
Colección del MET.


En 1964, en El Mundo del Arte, Arthur Danto sitúa la definición de un objeto como Arte según su pertenencia a un determinado escenario social e histórico constituido por las convenciones del Arte. Así, este Mundo del Arte tiene el rol ontológico de la definición de la identidad artística de un objeto. Bajo esta perspectiva, es necesario que el artista tenga una intención consciente de crear o dotar un objeto de Arte para que este lo sea y necesita además de la validación del escenario artístico (prácticas, valores, instituciones, discursos en torno al Arte), para otorgar a su pieza el título de Arte. Pierre Bourdieu completa esta definición al afirmar que la legitimidad del objeto de Arte en el Mundo del Arte viene de un colectivo que incluye a los artistas, agentes, curadores, críticos y personajes con el capital cultural suficiente para tomar parte en su apreciación (Las Reglas del Arte, 1997). Entre estas nociones filosóficas y la ruptura causada por movimientos como el dadaísmo o el cubismo en sus momentos de aparición, podríamos entender que la belleza sublime, la maestría técnica y la eternidad ya no significan el Arte.

 

La eternidad tampoco es una condición de la moda, especialmente cuando esta es denominada un Imperio de lo Efímero (Lipovetsky, 1987), un sistema de valoración de indumentaria marcado por el cambio y la novedad. En este fenómeno se lee el trágico signo de la frivolidad social, del consumismo y la materialidad, pero, al tiempo, un anhelo de construcción personal del individuo y un vehículo de expresión democrática.

Puesta en escena de Savage Beauty. MET Museum.

Intentar definir a la moda como una forma de Arte implica una relación de equivalencia con sus procesos de creación y legitimación. Los defensores del vínculo entre ambas instituciones ven en la Alta Costura suficiente mérito para considerar sus grandes trajes, piezas de Arte. Alexander McQueen es probablemente el ejemplo más utilizado en esta defensa, incluso después de su muerte en el 2010, permanece como un referente inalcanzable de transgresión conceptual y dominio técnico. 

Puesta en escena de Savage Beauty. MET Museum.

Los diseños de Alexander McQueen eran considerados una celebración de la autoridad de la imaginación, un acercamiento a la creación que fusionaba la pericia de la sastrería inglesa con la espontaneidad e improvisación del método del drapeado. La fuerza del concepto era transmitida no solo en la materialidad de la prenda, sino en la puesta en escena de los desfiles de McQueen, teatrales y elaborados. Un tablero de ajedrez donde cada maniquí es una pieza en juego, un holograma impalpable de Kate Moss flotando en un vestido de organiza, una jaula de espejos que encierra mariposas y modelos, son solo algunos de los desfiles de temporada que acostumbraba McQueen. En 1999, en el lanzamiento de su colección de primavera-verano, una modelo de vestido blanco sube a una plataforma giratoria frente al público y dos piezas robóticas que van cobrando vida de a pocos, comienzan a arrojarle pintura a su vestido. La modelo está indefensa ante el ataque violento, la pureza del vestido desaparece mientras es intervenido en vivo. Los asistentes, como espectadores inmóviles, están viviendo el acto de creación del traje.


Esta perspectiva del desfile como un espacio donde termina por concretarse la intención conceptual podría entrar en la definición del Living o Performance Art. Podría incluso compararse el desfile de McQueen con la ejecución de las Antropometrías de Yves Klein (1960), donde arrojaba mujeres pintadas de azul sobre el lienzo, usándolas como pinceles. En ambos casos, el objeto final pierde importancia frente a su forma de creación, ambos dependen de la mirada del espectador para interpretar plenamente el concepto.

 
Puesta en escena de Savage Beauty. MET Museum.

El carácter artístico de los grandes modistos también podría considerarse legitimado cuando se exhibe en los museos de arte. Savage Beauty fue el nombre de la exposición retrospectiva de Alexander McQueen en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York en el 2011 y este año se presentó en el mismo museo la exhibición Schiaparelli and Prada: Impossible Conversations, con creaciones de estas dos icónicas diseñadoras italianas. Paralelo a esta exposición de moda, se exhibieron en el museo pinturas de artistas renacentistas italianos, esculturas de arte contemporáneo iraní y grabados de Durero. Puede decirse que estas maestras de la indumentaria estaban rodeadas de la maestría del arte.

 Puesta en escena de Impossible Conversations. MET Museum.

Analizando las intersecciones entre moda y arte, también aparece la posible influencia de los mecanismos propios de la moda en los artistas contemporáneos. Es inevitable que fenómenos como la banalización y el consumismo permeen los conceptos del arte actual y es común que se recurra a la moda como símbolo de estos comportamientos. Pido por un Chanel (2010) fue un Living Art de la artista Yolanda Domínguez, en el que una chica mendiga afuera de una tienda Chanel en la calle madrileña Ortega y Gasset para poder comprarse un producto de la marca.


Balloon Dog, Jeff Koons. MET Museum.





Otro factor para analizar es la susceptibilidad de algunos artistas actuales a los incentivos comerciales y su imitación de ciertos procesos comunes en moda. Artistas como Jeff Koons han convertido su nombre en una marca, valiéndose de asesores publicitarios y ganando carácter de celebridad. Mientras la obra de Koons parece criticar ciertos aspectos de la sociedad de consumo, se vale de estrategias comunes del mercado masivo para ganar reputación. Su proceso se desarrolla en fábricas donde sus asistentes realizan las piezas y es él quien firma el objeto de arte terminado. Evidentemente, estas maniobras han generado una fuerte división entre los críticos de arte que analizan su obra, pero eso pasa a un segundo plano cuando una obra como Balloon Flower (Magenta) (1996), es vendida por 16,3 millones de euros.









Damien Hirst, considerado el artista plástico más rico del mundo, emplea técnicas similares y muchas de sus piezas son creadas enteramente por sus asistentes. Para Hirst lo que importa es quién crea el concepto y quién firma al final es lo que determina el valor. Su credibilidad en el mundo del arte es tan variable como la de Koons, ya que mientras algunos celebran la genialidad de sus conceptos, otros destacan lo trillado de su ejecución e incluso lo denuncian por plagiar proyectos de otros artistas menos conocidos. El controversial Hirst también ha traducido su estética a la moda, colaborando con marcas como Levi’s y The Row.

Damien Hirst para Levi's.

A pesar de estos argumentos que enlazan las prácticas de la moda y las del arte, es importante recordar que en el centro de la moda se encuentra la masificación. El trabajo de la Alta Costura no refleja el verdadero quehacer de la moda por definición o por generación de ingresos. Lo que sostiene actualmente a las casas de Alta Costura más importantes, como Chanel o Dior, es la venta de perfumes, maquillaje y objetos de manufactura serial asociados a la marca. La vida de la moda depende de procesos de imitación, producción a bajo costo y consumo breve.

Más que la Alta Costura -privilegio de pocos-, son modelos de negocio de fast fashion como Zara los que definen el actual proceso de consumo de moda.
La brevedad de la moda es extrema, agotando su identidad por completo en cada temporada. Cuando celebra la llegada de una nueva colección para la primavera, niega los valores que quiso defender en el invierno anterior, transformándose en un ciclo tan veloz que no puede evitar quedarse sólo en la superficie. Si bien el arte no depende de la eternidad para definirse, también es cierto que un artista debe generar cierto impacto perdurable para posicionarse como referente y aumentar su prestigio. La moda puede tocar las mismas cuestiones de transgresión que el arte –pobreza, violencia, política–, mas no profundiza jamás en estas preguntas, pues eso lleva tiempo y el tiempo es algo que la moda no tiene.

Parece Derelicte, la controversial colección de Mugatu inspirada en la indigencia, en Zoolander. En realidad es Vivianne Westwood Spring Summer 2010.

Es inevitable que, como industria, la moda tome con ligereza todo lo que pretende conceptualizar en el vestido. Su función no es la de revelar un sentir social, extasiar o indignar como sucede con el arte, sino establecer relaciones de comercio. Sus productos deben buscar siempre la belleza –algo que el arte abandonó como misión– y asociarla con las bondades del consumo. Este sometimiento de los conceptos de moda a una intención comercial no solo abarca el trabajo de marcas como Zara o H&M, creadas para una demanda masiva, sino que toca incluso a los diseñadores de Alta Costura. Las casas de moda definen una estrategia de mercadeo y posicionamiento y de ahí se indica al modisto a cargo cual es el camino a seguir en la colección. No se trata de un capricho o una musa dictando el camino, sino de estudios de mercado y estadísticas de venta.

Recomiendo verla. Son 46 minutos bastante enriquecedores.

Uno de los elementos que define el objeto de arte es la conciencia de la creación. En una de las presentaciones de su conferencia Is Fashion Art? (2011), la historiadora de moda Valerie Steele afirma: “es cierto que si ves un McQueen o un Balenciaga en el contexto de un museo de arte, tiene el aura de una obra de arte, más no significa que fue creado para ser arte”. ¿Desalentará a los amantes de la obra de McQueen que sus piezas fueran creadas para apoyar un sistema de comercio? No parece ser el caso. Si bien a la moda se le negarán los afectos de los críticos y académicos del arte, la verdadera pregunta es: ¿para qué los necesita?


En la misma conferencia sobre moda y arte, Steele define a la moda como “un negocio caníbal que asimila todo lo que visual o conceptualmente sea interesante”. De alguna forma, al colaborar con artistas, al imitar sus mecanismos de creación o al figurar en grandes museos, la moda ha tomado del escenario artístico todo lo que le conviene: su prestigio, reputación y valor comercial. A la vez, ha mantenido el carácter frívolo que la exime de la responsabilidad conceptual del arte. Es un juego en el que la moda se aproxima al arte como una pieza más en su construcción estética; un debate sin conclusión que refleja su naturaleza mutable, que es arte solo cuando desea serlo.

 The Surreal Body.  Dirigido por Baz Luhrmann. Impossible Conversations, MET Museum.

No necesita la moda de los agentes de acción del Mundo del Arte porque tiene sus propios críticos, coleccionistas, curadores y académicos. Ha creado prácticas, valores e instituciones que definen su identidad con suficiente solidez como para perdurar en el tiempo. En los diálogos ficticios creados para la exhibición Schiaparelli and Prada: Impossible Conversations, debaten las diseñadoras italianas sobre la cuestión que da vida a este texto. La conclusión de Miuccia Prada termina por replantear la pregunta esencial: “la moda es arte, la moda no es arte. Pero al final, ¿a quién le importa?”.



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Hussein Chalayan: Vestido y Transformación
Sobre el Azul Klein

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