Esta semana leí el texto “Recuerdo
de una moda” de Robert Musil, donde habla sobre la controversial aparición de
los pantalones femeninos (el texto no menciona fechas exactas, pero asumo que
habla de los bloomers, que surgieron
a mediados del s. XIX).
Los bloomers recibieron su nombre por Amelia Bloomer, norteamericana defensora de los derechos de la mujer y una de las primeras en promover esta nueva prenda. Estos pantalones imitaban la soltura de la indumentaria oriental, con una silueta holgada que se ajustaba en los tobillos y buscaban mayor comodidad para las mujeres. Aunque la principal razón para su aparición era el confort femenino, rápidamente se asoció la prenda a un intento por masculinizar a la mujer.
Cuenta Musil que “aquí y allá en
Europa, acaeció que fue apedreada alguna de las que llevaban pantalones”. Se
sabe también que las feministas que llevaban esta prenda pronto abandonaron la
moda al recibir burlas y agresiones por parte del público masculino. La prenda comenzó
a asociarse con el movimiento por el sufragio femenino y con una búsqueda de la
mujer por igualar, e incluso reemplazar, el rol del hombre en la sociedad.
El bloomer materializó en su momento lo que otras modificaciones fallidas al vestuario femenino habían buscado: la comodidad (véase Klimt: Diálogos entre Moda y Arte). Pero, ¿por qué habría una mujer de necesitar comodidad, si su papel era el de ornamento y su frágil anatomía le impedía la actividad física? Es aquí donde comienza el vestuario a amenazar la estabilidad de la feminidad tradicional. El bloomer permitía a la mujer montar en bicicleta y posteriormente, la ropa deportiva facilitaría su participación en deportes como el tenis o el atletismo. Pero al ser en ese momento pantalones y vestidos equivalencias directas a Hombres y Mujeres, tendría que ser peligroso que ambos quisieran pasarse a vivir a los pantalones.
El bloomer materializó en su momento lo que otras modificaciones fallidas al vestuario femenino habían buscado: la comodidad (véase Klimt: Diálogos entre Moda y Arte). Pero, ¿por qué habría una mujer de necesitar comodidad, si su papel era el de ornamento y su frágil anatomía le impedía la actividad física? Es aquí donde comienza el vestuario a amenazar la estabilidad de la feminidad tradicional. El bloomer permitía a la mujer montar en bicicleta y posteriormente, la ropa deportiva facilitaría su participación en deportes como el tenis o el atletismo. Pero al ser en ese momento pantalones y vestidos equivalencias directas a Hombres y Mujeres, tendría que ser peligroso que ambos quisieran pasarse a vivir a los pantalones.
Publicidad contra el sufragio femenino. El pantalón es un tema recurrente, sugiriendo que la mujer busca tomar el papel del hombre al tomar su forma de vestir. "¿Qué vestirán los hombres cuando las mujeres vistan (pantalones)?"
Caricaturas humorísticas de la época sugieren que el "bloomerismo" llevará a las mujeres a ser quienes inviten a los hombres a bailar en las fiestas.
Mujeres en bloomers |
Si la masculinización de la mujer implicaba una expansión de sus libertades, puede entenderse la tentación peligrosa de vestir el pantalón o el deseo secreto de hacer de la nueva silueta una identidad. Según Musil, “había en Berlín algo que se podría llamar el baile de las transformadas. No autorizado para hombres, con mujeres hasta en los papeles de bailarín y camarero, y en el traje, moderno o de época, relleno con pueril minuciosidad el hueco delator entre muslos, cintura y vientre”.
Estas reuniones de transformadas serían un espacio para el placer
de habitar el disfraz. Beber, fumar y hablar como hombres, sentarse como ellos
y sentirse como ellos. Vivir en el disfraz las posibilidades cotidianas negadas
por el género y encarnar en él una independencia ajena al sexo débil. Incluso Vesta Tilley, una artista drag de la época, afirmaría que sentía más libertad para expresarse cuando estaba vestida de chico.
Vesta Tilley, conocida Drag King de la época. |
A pesar del violento fracaso del bloomer como moda, en las primeras décadas del s. XX el pantalón masculino sería jovial y chic gracias a Coco Chanel, quien tomaría inspiración en la indumentaria ecuestre y llevaría el concepto deportivo al vestuario de las grandes damas.
Coco Chanel |
"Usando los breeches.
Usando los breeches, usando los breeches!
Sepan que toda nuestra experiencia enseña,
Una mujer, olvidando lo que adeuda a su sexo, está
Lista para el vicio y todo lo que anexa."
(Los breeches son un tipo de pantalón que se usa para la equitación)
Chanel tampoco buscaba una masculinización de las mujeres, su intención
era la de diseñar prendas que alguien como ella -independiente, activa,
fuerte- pudiera utilizar con comodidad. De todas formas, las deudas de
la moda femenina con Chanel son muchas y merecen historia aparte.
Otro hito en la historia de la masculinización de la indumentaria femenina fue la aparición de Le Smoking de Yves Saint Laurent en 1966. Es importante recordar que ya 30 años atrás, Marlene Dietrich se había eternizado como ícono de estilo, vestida de tuxedo en la película Morocco (1930).
La importancia de Le Smoking no venía entonces de la innovación, sino del contexto en el que se dio a luz esta propuesta. La mujer de la época estaba más abierta a las afirmaciones eróticas y de carácter que se vestían con traje de smoking. En este caso no se trataba de un disfraz ni de la osadía que podía permitirse un personaje cinematográfico, sino de una real estilización de lo masculino para el uso -tal vez no cotidiano, por el carácter formal del look- de la mujer.
Podría decirse incluso que el memorable diseño de Saint Laurent fue precursor del código vestimentario para las nuevas profesionales en los años 80s: el Power Suit.
Donna Karan, 1985 |
En los 80s, la idea del Dress for Success ya no pertenecía exclusivamente al género masculino, ahora las mujeres luchaban por hacerse notar en campos laborales donde la delicadeza femenina, la fragilidad y la belleza tenían un valor secundario. En los Power Suits se da finalmente esa anticipada y temida masculinización, al abandonar la vestimenta propia de la dama ociosa y hogareña. Estas profesionales buscaban emular el uniforme ejecutivo masculino, como si al hacerlo pudieran fundirse en esa fuerza de trabajo y hacer olvidar al mundo su verdadero sexo.
En el Power Suit
se manifestaba una intención de ser respetadas, de ser reconocidas como
las gerentes, administradoras, las mujeres de negocio y no las
secretarias de algún hombre mejor capacitado. No solo buscaban con sus
chaquetas de fuertes hombreras y conjuntos de raya tiza verse más
imponentes y evidenciar su puesto en la jerarquía, también procuraban
neutralizar el erotismo propio del cuerpo femenino, que en ese contexto
representaba una debilidad más que una herramienta persuasiva.
La lucha de las mujeres con pantalones parece un asunto sepultado ya por la historia, pero todavía puede uno encontrarse con hitos históricos absurdos en relación con el tema. Después de 214 años, es por fin legal que las mujeres parisinas usen pantalones. Un decreto de 1799 estipulaba que cualquier mujer que quisiera usar vestuario masculino, debía pedir permiso a las autoridades en París. Fue modificada dos veces el siguiente siglo para incluir las excepciones de las mujeres que llevaran las riendas de un caballo o el manillar de una bicicleta.
A pesar de que la evolución social terminó por dejar en el olvido esta norma, su desaparición oficial de los libros es considerado un precedente importante en la lucha por la igualdad de hombres y mujeres en Francia.
Por último diré que la evolución social -que no termina- de la libertad de la mujer es lo que permite que hoy el uso femenino de indumentaria masculina sea un tema menos censurable. En un futuro lejano posiblemente ampliemos tanto las posibilidades de vestuario que no tengamos que asignar un género a ciertas prendas y que sea normal ver mujeres y hombres de pantalones o faldas. Tal vez solo a los robots les toque vivir ese paraíso. En fin.
Aquí les dejo imágenes de Esther Quek, directora de la revista masculina The Rake y reconocida por su particular estilo, inspirado en el menswear.
Yo quiero todo esto. He dicho. Me ha gustado siempre el vestuario masculino. Y tengo ese corte de cabello, apenas. Y no me siento menos mujer por usarlo.
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