Un dibujito del sombrero-zapato de Schiaparelli. Un diseño inspirado por Gala y Dalí. |
La imagen doble de Elsa Schiaparelli
Dos bocas se acercan casi hasta tocarse. Los rostros se
encuentran bajo una cenefa de flores en una escena nocturna. En un parpadeo
cambia la imagen y el vacío entre los perfiles enfrentados es un jarrón sinuoso
en el que descansan las mismas rosas que coronaron a los amantes. Miramos un
lienzo.
No.
Estamos mirando un abrigo y en su espalda se dibuja una
imagen doble trazada por Jean Cocteau, bordada en seda brillante para la
colección de otoño de Elsa Schiaparelli en 1937.
Creadores como Salvador Dalí o Cocteau encontraban
fascinante la ilusión de las imágenes dobles, el juego de las cosas que revelan
más de un significado a la vez. Tal es la naturaleza de la obra de Elsa
Schiaparelli. Como esa doble imagen bordada en el abrigo, la faceta de la
artista que enfrenta a la faceta de diseñadora; la ambigüedad del traje que es
obra de arte o la obra de arte que es traje.
Una madre aristócrata descendiente de los Medici y un padre
académico sembraron un carácter intelectual en Elsa Schiaparelli. La infancia
se pasó en un palacio napolitano, con los ojos puestos en el cielo nocturno en
compañía del tío, Giovanni Schiaparelli. El conocido astrónomo le daba nombre y
sentido a cada punto brillante que la niña señalaba. La mirada de Elsa
descubría también su propio semblante en la faz de la noche, constelando los
lunares en sus mejillas como si fueran estrellas.
Comenzaba el siglo XX cuando Elsa, estudiante de filosofía,
escandalizó a sus padres confesando su deseo de dedicarse al teatro y
publicando un libro de poesía sobre sensualidad y misticismo. La trágica
Schiaparelli fue enviada de inmediato a un convento suizo del que solo salió
tras una huelga de hambre. Con apenas 20 años, el arte le ya le había costado
el vínculo familiar.
Viviendo en Nueva York, años más tarde, Elsa conoció a la
ex-esposa de Francis Picabia, Gaby, la mujer que le abrió las puertas a la
escena de la vanguardia artística. El dadaísmo vertió su delirio en los ojos de
Schiaparelli con la obra de Man Ray, Marcel Duchamp y Alfred Stieglitz, quienes
además le ofrecieron su amistad.
Schiaparelli se mudó a París siguiendo a sus nuevos amigos y
su mundo comenzó a moverse en torno al ‘Boeuf sur le Toit’, alma de la ciudad
durante los años 20. Entrando al restaurante podía uno chocarse con Breton,
Hemingway o Chaplin y escuchar a los mejores músicos de la ciudad improvisando
hasta llevarse la noche entera en una canción de jazz. Elsa sucumbió a esa
atmósfera bullente de genialidad, comenzando a diseñar trajes para sí misma.
“Esa artista italiana que hace vestidos”
Con ese término definió Coco Chanel a la que fuera su gran
rival en la escena de moda parisina. Aunque Chanel habría de inyectarle veneno
a sus palabras, no existe un bautizo más certero para esa extraña mujer de
energía surrealista.
Tal vez era necesario que Elsa llegara a la moda por los
caminos del arte y solo con la guía de su carácter excéntrico. Su proceso de
creación emulaba el de un pintor o un escultor más que el de los grandes
modistos. Esta mujer no buscaba exaltar la belleza sino subvertirla, acorde con
espíritu agitador del Dadá y el surrealismo. Los trajes de la casa Schiaparelli
eran siempre preguntas, siempre juegos de doble significado, siempre concepto y
no simples modas. Una mujer vestida de Schiaparelli era enigma, a la vez mariposa,
canción, constelación, tormenta, mujer y obra de arte.
Esta ambigüedad es el regalo de Elsa Schiaparelli a la moda,
con una belleza concebida para perturbar. De sus amistades tomó prestada la
técnica pictórica de la doble imagen, al igual que el trompe-l'œil, “el engaño
a los ojos” en ilustraciones sobre tejidos con volúmenes realistas para fingir
la tridimensionalidad.
En 1933, en su hogar mediterráneo, Salvador Dalí jugaba a
balancear sobre la cabeza un tacón de su esposa mientras ella lo fotografiaba.
La imagen tomada por Gala ese día inspiraría una colaboración entre Dalí y
Schiaparelli cuatro años más tarde: un sombrero que a la vez era un zapato de
tacón. O mejor dicho, un zapato de tacón para la cabeza. Al llevarse sobre la
cabeza, el zapato perdía su cualidad de zapato, o tal vez la cabeza perdía su
cualidad de cabeza por estar usando un zapato. Ni sombrero ni zapato, la pieza
era entonces la imposibilidad de ambos. “Se necesita coraje para usarlo”,
afirmó Schiaparelli, también algo de locura. Solo Elsa, Gala Dalí y la lanzada
editora de Harper’s Bazaar, Daisy Fellowes, se atreverían.
La obra de Dalí se fundió constantemente con la de
Schiaparelli, en lo que serían las primeras colaboraciones entre arte y Alta
Costura. Una de las piezas más reconocidas de este dúo fue un vestido de noche
para la colección de la modista, en 1938. En el traje, ilustraciones de una
piel animal violentamente desgarrada se modulaban como estampado, mientras el
velo que completaba el atuendo, llevaba desgarros reales, similares a las
imágenes del vestido. Nuevamente la fuerza estaba en la vaguedad del mensaje,
cuestionando lo real y lo ficticio al presentarnos la ruptura del vestido en
ambas versiones. A la vez, como vestido de noche, en apariencia despedazado,
era una representación violenta en una época de tensión política: se vivía aún
la guerra civil española y se auguraba una sombra de terror en el resto de
Europa.
Las colaboraciones con Dalí y Cocteau señalaron los días más
surrealistas en la trayectoria de Schiaparelli. En la década de los 30 vivió
sus días de gloria, con actrices de Hollywood, íconos de moda e intelectuales
de sociedad como sus principales clientas. Según la ex editora de Vogue,
Bettina Ballard, “una clienta de Schiaparelli no tiene que preocuparse por su
belleza. Se destacará a donde vaya, armada de una aguda presteza para la
conversación.”
A pesar del encanto de sus creaciones, la firma perdió
impulso durante la segunda guerra mundial y la llegada del New Look de Dior, de
corte ultrafemenino, arrancó de la moda el deseo de trasgresión surrealista.
La casa cerró finalmente en 1954,
marcando la retirada de su icónica creadora.
El efecto mariposa
La artista de la Alta Costura fue la madre de muchas
innovaciones en la industria de la moda, más allá de la vinculación del
vestuario con el arte.
Schiaparelli presentaba colecciones temáticas en las que
todas las piezas orbitaban en torno a una misma idea: el zodiaco, la música o
la naturaleza. En las siluetas, los colores y los pequeños detalles podía percibirse
un concepto único. En su colección circense, en 1938, las chaquetas eran
escenario para los botones metálicos, con forma de acróbatas suspendidos en el
aire. En las cinturas y las espaldas
jugaban payasos y elefantes sobre fondos de un rosado escandaloso. Fiel a su
origen de artista, Schiaparelli presentó su visión circense como un
performance, con música y acróbatas reales acompañando el desfile.
Tales rituales en torno a la moda eran en su tiempo una
extravagancia y hoy en día fundamentan el prestigio de las casas de Alta
Costura. El espíritu de los diseñadores de vanguardia se moldeó según la línea
caprichosa de Schiaparelli. La osadía del surrealismo sería su legado,
atreviéndose a desafiar el buen gusto y experimentando incansablemente con la
idea de la belleza.
Mucho antes de que Alexander McQueen fuera bautizado como el
enfant terrible de la moda, Elsa Schiaparelli se había ganado el título con su
rebelión de vanguardia. A finales de la década de los 30, lanzó una colección
de vestidos en estampado de mariposas, tomando la imagen de la metamorfosis
para exaltar la belleza que nace de lo mundano. Entre las convicciones de
Schiaparelli estaba la certeza de que el estilo personal podía convertir a una
persona ordinaria en un ser extraordinario. Los insectos eran ilustrados de
forma realista, figuras inquietantes más que símbolos románticos.
Setenta años más tarde, Alexander McQueen retomaría también esa imagen inquietante de los insectos como símbolo de la feminidad. La mujer de McQueen era un depredador con un caparazón de Alta Costura y, a la vez, la víctima refugiada en la armadura de la moda. Tras la muerte de Alexander McQueen en 2010, la casa homónima lanzaría una colección cubierta de mariposas, símbolos de cambio y renacimiento.
Alexander McQueen - Primavera 2011 |
Marc Jacobs es otro diseñador que ha confesado su fervor por
la obra de Elsa Schiaparelli. La cabeza
de la firma Louis Vuitton le ha construido una identidad audaz, tomando
artistas contemporáneos como referentes y colaboradores en la creación de
productos y espacios de venta. El año pasado fue Yayoi Kusama, figura
indispensable del avant-garde japonés, quien inspiró a Jacobs y creó su propia
colección de piezas Louis Vuitton. En la propuesta de Kusama se percibe el arte
óptico de los años 60, con una saturación de coloridos lunares recorriendo la
superficie de los bolsos de cuero.
Jacobs suele recurrir a la estética del Op Art para la firma
de marroquinería y para su propia marca también. El diseñador americano está
convencido, igual que Schiaparelli, de que la moda no existe sin ese aire
divertido, capaz de inyectar color y extravagancia a la vida.
La evocación de Elsa Schiaparelli llegó el año pasado, no
solo como influjo en la trayectoria creativa de Marc Jacobs. El Museo
Metropolitano de Arte de Nueva York lanzó también su exhibición “Schiaparelli y
Prada: Conversaciones imposibles” en el que ambas diseñadoras italianas
sostienen un diálogo imaginado por medio de sus creaciones. La exposición
rastrea las vidas paralelas de Miuccia Prada y Elsa Schiaparelli como fuerzas
vitales de la moda en el último siglo, además de despertar un interés general
por la obra de la segunda.
Sería precisamente una exhibición de museo, templo
indiscutible del arte, la predicción del renacimiento del espíritu
Schiaparelli. En 2012 se reabrieron las puertas de la casa que alguna vez
gestara increíbles trajes junto a Dalí y Cocteau, anunciando su reapertura. En
septiembre de este año se definió como cabeza de la firma al compatriota de
Elsa, Marco Zanini, y las expectativas de la industria sobre él son bastante
altas.
El mundo que encuentra ahora la resucitada casa Schiaparelli
no se asombra con la facilidad de Europa en los años 30. De lo sembrado por
Marcel Duchamp, Man Ray o la misma Elsa, brotaron artistas y diseñadores que no
conocen límite para la provocación. La escena que verá el regreso de la moda
surrealista se acostumbró a modistos de estilo escultórico y al performance en
pasarela, Alta Costura concebida con la exquisitez de la obra de arte. Si Elsa
Schiaparelli pudiera darle a Zanini un consejo para enfrentar este panorama,
sería la frase célebre -filosofía de su vida-, “atrévete a ser diferente”.
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